En tiempos en que las mujeres han conquistado espacios de opinión, análisis y poder, sorprende y preocupa que aún se reduzca la valoración de un político al terreno de lo superficial.
En días recientes, un grupo de mujeres “periodistas” en Puebla calificó con un “10” al alcalde, José Chedraui Budib, “por guapo”, dejando de lado cualquier referencia a su desempeño al frente del gobierno municipal; no hablaron de obra pública, de seguridad, de transparencia ni de resultados. Lo redujeron todo a una opinión estética.
El comentario, aparentemente inocente, abre un debate serio sobre el papel de las mujeres en el ejercicio periodístico y, más aún, sobre el peso de la imagen masculina en la política actual.
El problema surge cuando la apariencia física se convierte en argumento de legitimidad pública, desplazando el análisis, los resultados y la rendición de cuentas. En una sociedad donde las mujeres hemos tenido que luchar por ser tomadas en serio, especialmente en profesiones históricamente dominadas por hombres como el periodismo, por lo que declaraciones así terminan en un desprestigio colectivo.
El fenómeno no es nuevo porque la política, a nivel mundial, ha utilizado la estética como herramienta de seducción electoral. Sin embargo, que sean mujeres periodistas quienes reproduzcan ese sesgo estético sobre un funcionario en turno, sin contexto ni análisis, resulta doblemente preocupante.
Los hombres han sido históricamente criticados por calificar a las mujeres por su físico, ¿por qué entonces ahora las mujeres hacen lo mismo? No hay equidad cuando se replica el mismo estereotipo con distinto género y es ahí donde muchas mujeres nos unimos en la frase “ellas no me representan”.
La ética periodística exige distancia, rigor y contexto. Una periodista mujer, en cualquier parte del país, tiene la responsabilidad de mantener su juicio crítico por encima de las simpatías personales. No se trata de ocultar opiniones, sino de fundamentarlas.
Porque hace falta recordar que la belleza no construye calles, no mejora hospitales, ni hace más seguras las ciudades. La guapura no paga impuestos ni rinde cuentas.
Cuando una comunicadora elogia la apariencia de un servidor público como si fuera un mérito político, desdibuja los límites entre el análisis profesional y de paso perjudican a otras mujeres periodistas que diariamente luchan por abrirse paso demostrando el doble para ser tomadas en serio en espacios que encabezan hombres y que ellas mismas demeritan con cuestionamientos como “por qué está ella ahí y yo no”, así que generalizar sería injusto.
Las mujeres han sido históricamente juzgadas por su físico; replicar esa misma mirada hacia los hombres en el poder no es un acto de igualdad, sino de regresión.
Luego del desafortunado comentario de este grupo de mujeres, vino la búsqueda de la reivindicación, a través de otro periodista para que eliminara el contenido que ya era viral en las plataformas digitales, desafortunadamente para ellas, obtuvieron un NO como respuesta.
Así que el reto está en recuperar el sentido del análisis, el respeto por la profesión y la conciencia de que cada palabra en medios, especialmente cuando proviene de una periodista, tiene un peso político y social. La credibilidad se construye con criterio, no con piropos.