Sumisión disfrazada de bienestar

El asesinato del alcalde de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo, no es un hecho aislado. Es un mensaje. Un recordatorio brutal de que en México, el crimen organizado no solo manda: administra, regula y castiga.

Sumisión disfrazada de bienestar

Escrito por:
Martha Berra

Praxis

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El asesinato del alcalde de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo, no es un hecho aislado. Es un mensaje. Un recordatorio brutal de que en México, el crimen organizado no solo manda: administra, regula y castiga.

Gobernar hoy en muchos municipios del país es un acto de fe… o de suicidio político. Lo que antes eran zonas de influencia criminal, hoy son territorios completamente capturados. Y el gobierno que presume autoridad moral y social se ha convertido en un espectador y en cómplice silencioso.

Uruapan se convirtió en el espejo del país entero: un gobierno fracturado, más preocupado por conservar popularidad que por imponer autoridad.

El hartazgo social es real, pero es un hartazgo sin dirección. Nos duele la violencia, pero tristemente nos hemos acostumbrado a convivir con ella. Hoy, la indignación dura lo que un posteo en redes sociales, porque el gobierno ha aprendido a dosificar la rabia nacional.

Mientras los cárteles controlan municipios, el poder político compra lealtades con programas sociales. Pan para hoy, silencio para siempre. Acuérdense del dicho: “pan y circo al pueblo”.

Esa es la gran perversión del sistema actual, mientras el narco se impone con balas, el gobierno lo hace con dinero. Programas del bienestar convertidos en moneda de cambio electoral. Millones de mexicanos que, ante la falta de oportunidades, ven en esos apoyos no un derecho, sino una deuda con el poder. Y así, entre el miedo y la dádiva, el país se rinde sin resistencia.

La clase política lo sabe y lo aprovecha. ¿Para qué combatir al crimen organizado si el control social se mantiene? ¿Para qué construir ciudadanía crítica si basta con mantener un flujo constante de transferencias? México se desangra, pero el ciudadano convertido en beneficiario, deja de exigir seguridad, justicia o transparencia. Solo espera su pago mensual.

El asesinato de un alcalde debería estremecer las estructuras de gobierno. Pero no, en lugar de eso, vemos comunicados tibios, condolencias hipócritas y promesas que nadie cree. Porque detrás de cada crimen político hay una verdad incómoda y es la de la pérdida del control.

México vive bajo dos tiranías; la del miedo y la del conformismo. Una se impone con fusiles, la otra con programas sociales. Y mientras sigamos aceptando que un apoyo económico sustituya a un empleo digno, que un discurso sustituya a la justicia, y que la lealtad ciega reemplace a la dignidad, seguiremos hundidos en esta simulación nacional donde la sangre se limpia con propaganda.

El país no necesita más abrazos ni más transferencias, necesita memoria, valentía y un gobierno que no se postre ante los intereses de otros. Porque cada alcalde asesinado, cada periodista silenciado, cada voto comprado con miseria, nos acerca un paso más al punto sin retorno, ese en el que solo se administra la decadencia.