Algunas veces la lucha contra los chairos se vuelve insoportable. Sin argumentos, todas sus respuestas se reducen a burlas, descalificaciones y el célebre “el PRI robó más”. Es muy desgastante. A toda costa trato de evitar ver los videos del dictador presidencial, cuando no me queda más remedio que ver y escuchar alguno de sus múltiples disparates, siempre me pregunto cómo pudo ese hombre, resentido, llegar a la presidencia de la Republica de un país como México.
Recién escuché a este hombre que se dice ser el líder moral, intachable e impoluto de esta nación, hablar de un supuesto tesoro que viene desde la época de Porfirio Díaz, que ascendería a muchos millones de euros suficientes para pagar la deuda externa de México y todavía sobraba. Entonces comprendí algo tan obvio que lo había dejado pasar: el presidente es el perfecto mexicano.
El mexicano visto desde un estereotipo que todos sabemos que existe, pero nadie se atreve a hablar de él porque es el mexicano fregón. El perfecto mexicano es, para empezar, alérgico a la ciencia. Tuvo la oportunidad de estudiar, pero no lo hizo, porque, desde su punto de vista, la mejor escuela es la calle y las mejores lecciones las da la vida. Si por algún misterio del Universo fue a una universidad, obviamente no fue a estudiar, fue a hacer contactos, a echar relajo, a pasar las materias con el mínimo, y estar años en una carrera de la que se gradúa porque la institución lo tiene que sacar de las aulas porque hace daño con sus vicios, sus grillas y contribuye a que otros estudiantes desperdicien su valiosa juventud en fiestas y relajos. Obviamente siempre copia en los exámenes y plagia sus trabajos.
El perfecto mexicano saca ventaja cada vez que puede, no importa sí es legal o moralmente correcto, lo que importa es aprovecharse de la situación y de todos aquellos a quienes considera más tontos que él. Hace trampas descaradas y cuando es sorprendido hace un berrinche de proporciones épicas para victimizarse y distraer la atención. Es capaz de llegar a la agresión verbal y física, pero nunca va a reconocer que se equivocó o que perdió en alguna situación. Cuando pierde, arrebata.
El perfecto mexicano es un mentiroso compulsivo, simplemente no puede dejar de mentir, porque mentirle descaradamente a alguien le da un aire de superioridad. Es capaz de defender con sus vidas las mentiras que él mismo se cuenta. Hay mexicanos que llegan a confundirse y contradecirse de tantas mentiras que dicen, porque hasta para ser mentiroso hay que tener buena memoria, y estos personajes, simplemente no la tienen.
El perfecto mexicano se dice ser amigo. Se lleva bien con todo mundo, pero en secreto es envidioso y casi siempre está buscando el error de otro para mofarse de la desgracia ajena. Se dice ser amigo, pero cuando realmente tiene que ayudar desaparece. Si debe dinero no paga, aunque el acreedor se encuentre en una situación complicada. Siempre va a preferir perder una amistad a pagar una deuda.
Por esta misma situación, el perfecto mexicano es absolutamente traicionero. Siempre va a actuar de acuerdo a lo que considera su propio beneficio, tenga que pasar sobre quien tenga que pasar. Obviamente es altamente corrupto, se vende muy fácil y muy barato, aunque no siempre cumpla con la parte de su trato, no va reparar en traicionar a quien sea para llegar a sus objetivos.
El perfecto mexicano es guadalupano. Su devoción a la Virgen del Tepeyac es solamente comparable con la devoción que se tiene a sí mismo. Es capaz de rezarle a la Virgen para cometer algún delito y no ser capturado. Confía más en sus rezos que en la ciencia. Por esta misma razón, las soluciones del perfecto mexicano siempre van a ser milagrosas, siempre está esperando el milagro. No trabaja porque, como ya rezó, espera que todas las soluciones a sus problemas se presenten mágicamente.
El perfecto mexicano se esconde detrás de una risa burlona, para no dejar ver el complejo de inferioridad que tiene. Detrás de todas sus mentiras, sus traiciones, sus trampas, sus berrinches, se esconde un sujeto altamente acomplejado que siente que no está a la altura de ninguna situación, así sea el presidente de la República.
El perfecto mexicano necesita aplaudidores, necesita al compadre incondicional que siempre le da la razón el todo con tal de que siga invitando las cervezas. Si le aplaudes eres amigo, si no, eres automáticamente su enemigo. Casi nunca sabe lo que está haciendo, pero tampoco lo va a reconocer, porque piensa que eventualmente los problemas se van a solucionar por sí solos.
El perfecto mexicano puede engañar a la gente que le rodea, pero no todo el tiempo, no a toda la gente. Al estar rodeado de muchos perfectos mexicanos, va a terminar traicionado, los perfectos mexicanos terminan destruyéndose unos contras otros. Ninguno aguatará las mentiras de los demás. Todos los perfectos mexicanos desconfían de todos entre sí, su lealtad es directamente proporcional a los beneficios económicos que esperan recibir.
El perfecto mexicano se siente muy fregón, tan fregón, que termina fregándose a sí mismo. Tan fregón, que, eventualmente, hasta a su madre fregó.