Sucedió lo inevitable. Muchas voces lo anticiparon y fueron ignoradas, fueron despreciadas. “La fuerza del presidente es moral, no de contagio”, exclamaba un orgulloso y soberbio López Gatell al justificar que el presidente saliera de gira. El mismo López Gatell justificó muchas veces que el presidente no usara cubrebocas, “da una falsa sensación de seguridad”, “no se ha comprobado la eficacia de su uso”. Muchas conferencias, muchas frases desafortunadas, una cascada de contradicciones. Cada acción de gobierno está encaminada a mejorar la imagen presidencial. No importan los 150,000 muertos, ni los niños con cáncer que se quedaron sin quimioterapias, ni la falta de medicamentos, ni los miles de empresarios que tuvieron que cerrar, ni los millones de desempleados. Lo que importa es tener al presidente contento.
Al resistirse al uso del cubrebocas, el presidente Andrés Manuel López Obrador buscó, consciente o inconscientemente su contagio. Al final sólo pasó lo que tenía que pasar. Los detentes, el desprecio a la ciencia, la certeza de que nada ni nadie puede taparle la boca y menos con un neoliberal cubrebocas, perdieron la batalla ante una aplastante realidad: el virus es altamente contagioso y está fuera de control, ahora se confirma, el presidente tiene COVID-19, o por lo menos así lo anunció en su cuenta de Twitter.
De inmediato, las redes sociales estallaron, hubo una avalancha de burlas, de críticas, de mensajes solidarios también, pero en general dominó una sensación de incredulidad ante el anuncio de su contagio. ¿Sería posible que el presidente haya despreciado la vacuna? ¿Sería posible que los llamados “siervos de la Nación” estuvieran vacunados y el presidente de la República no? Por cierto, en las horas posteriores al anuncio, López Gatell aquel que cuida de la salud del presidente y de todos los mexicanos, brilló por su ausencia.
En lo que parece ser el cuento de Pedrito y el lobo, ahora la credibilidad del presidente ha descendido tanto, que ya ni siquiera despierta empatía por un posible problema de salud. La falta de una comunicación clara respecto a la salud del primer mandatario de la Nación, ha creado un ambiente en el que, ya diga lo que diga el gobierno, se asume que es una mentira.
Si al presidente le disgustan las redes sociales, pues hay que regularlas desde el Congreso, no importa si Twitter o Facebook son empresas privadas que tienen todo el derecho de poner sus reglas. Si al presidente le molesta que lo vigilen y lo cuestionen, pues hay que desaparecer a los organismos autónomos, como el INAI, porque a esos organismos no los puede controlar y sí pueden exhibir las múltiples irregularidades de su gobierno. Hay que destruir y controlar todo lo que moleste al presidente, no importa si es legal o no, si es moral o no, lo que importa es que el presidente esté contento.
Cuando regresó el General Cienfuegos a México, el canciller Marcelo Ebrard declaraba enérgico que “sería un suicidio” no investigar y juzgar al General. Después, para poder justificar la exoneración del General Cienfuegos, el presidente se atrevió a acusar a la DEA de fabricar pruebas y desechar una investigación de más de 10 años de la Agencia antidrogas estadounidense. No importa confrontar al Gobierno de EEUU, lo que importa es que el presidente esté contento.
Hay muchas preguntas alrededor de su contagio, y cada una tiene una respuesta desfavorable para el mandatario. No se sabe que tipo de prueba ni cuando se la hizo, lo que realmente importa muy poco, pues cualquiera que sea la respuesta implica una terrible irresponsabilidad de parte del ejecutivo. Ya enfermo, asistió a muchas reuniones de trabajo, obviamente sin cubrebocas, así abordó un avión. La cadena de contagios a partir del propio presidente es bastante extensa y llega a los principales actores políticos de este país.
López Obrador dice que no es necesario hacer pruebas masivas, que las pruebas no sirven de nada, pero él y la gente que lo rodea se hacen, por lo menos, una prueba a la semana. Nos dijo que podíamos abrazarnos y él pone barreras físicas en las salas de juntas para evitar que la gente pase de su lado, mientras sus secretarios se amontonan hombro con hombro del otro lado de la mesa. Si una persona con todas esas precauciones, pero que no usa cubrebocas, se infectó, quiere decir que el asunto no es leve, que la mentada luz al final del túnel son puros cuentos chinos y que en efecto los peores días de la pandemia están por llegar.
Ya hace algunos días se notaba a un presidente distante, sin rumbo. Ayer la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero al dirigir la conferencia de prensa mañanera así se notaba, perdida, desorientada, sin saber siquiera dónde estaba el presidente. El gabinete en su conjunto así se nota, deambulante, perdido, sin un liderazgo aparente. Parece que aquel que tenía todas las soluciones ahora tiene todos los problemas.
El mismo AMLO anunció la llamada con Vladimir Putin, cuyo resultado fue la promesa de 24 millones de vacunas, que, dicho sea de paso, esta vacuna no está autorizada por la Organización Mundial de la Salud, por la FDA norteamericana o por la misma COFEPRIS. Esto suena altamente riesgoso, estrictamente hablando, no se debería jugar con la vida o con las esperanzas de las personas, contratando vacunas que no están 100% certificadas, es una tremenda irresponsabilidad. Porque entonces surge otra pregunta, ¿Qué no ya se tenían los contratos con las principales farmacéuticas a nivel mundial? No lo sabremos, porque la información de esos contratos, ha quedado oculta por cinco años.
Llama la atención un presidente enfermo, si está enfermo de COVID-19, se ve bastante bien. Por lo menos había dos personas más en el cuarto, el camarógrafo y el traductor, el presidente se encuentra, fiel a su costumbre, sin cubrebocas. La enfermedad que revela es soberbia, no le importa quienes estén en el cuarto, lo que importa es su imagen. No importa si las vacunas están autorizadas o no, lo que importa es su imagen. No importa si estaba enfermo y lo sabía cuando salió de gira y sostuvo muchas reuniones, lo que importa es su imagen.
Porque lo que importa en este gobierno es que el presidente esté contento, y si tiene buena imagen, el presidente está contento. Lo demás y los demás, verdaderamente no le importamos.