10 de mayo, fecha en la que los arreglos florales invaden la casa de la mujer que nos dio la vida, que nos crió, que con su amor nos preparó las mejores comidas y que con su paciencia nos curó de ese dolor de garganta.
Con su enojo nos acomodó algunos correctivos, que iban desde pellizcos, manazos, jalones de cabello, chanclazos y en el mejor de los casos, una mirada de “siguele y vas a ver”, que era suficiente para saber que ella por siempre tendría el trazo de nuestro camino, para bien o para mal.
Gracias mamás por nunca soltarnos cuando la vida se nos cae en pedazos, por recordarnos que el amor sincero e incondicional sí existe y que no podemos esperar menos que eso; gracias porque su fuerza es el ejemplo de todas aquellas que ya somos mamás o por aquellas que saben que cuando tengan hijos, implementarán el patrón de la vieja escuela, ese que consiste en educar para el futuro.
Gracias por preocuparse por nosotros y por alertarnos del peligro que nosotros no vemos. El camino de una madre consiste en dejar de lado su propia vida para hacerse cargo de otra que lleva en su ser todo el amor del mundo.
Admiro a la mujer que trabaja y que con pesar deja a sus hijos en manos de la abuela o de otras personas para que ella pueda progresar, porque sabe que su bienestar se verá reflejado en la vida de su descendencia.
Admiro a todas las madres que han sabido hacerle frente a la adversidad de criar a sus hijos solas porque “papá” decidió no ejercer el papel.
Venero a todas y cada una de las madres de este mundo que por sus hijos han dado la vida. Gracias mamás, simplemente gracias por permitirnos llegar al mundo…